Acosadoras inofensivas

Acosadoras inofensivas

Para las mujeres eso de ligar, aunque se diga lo contrario, puede ser muy difícil…

El amor por Internet ¿es real o fantasía (Cubahora)

Seguramente los informáticos de mi trabajo deben divertirse muchísimo con las trazas de mi navegación en Internet.

A sus ojos debo ser una loquilla cursi que se la pasa buscando información sobre cómo chicas y chicos juegan al amor.

Fíjense si mi caso es preocupante que en la búsqueda más reciente utilicé la expresión “trucos para conquistar en redes sociales”.

El asunto es que para las mujeres eso de ligar, aunque se diga lo contrario, puede ser muy difícil.

Es cierto que las clásicas miraditas y sonrisitas son efectivas, el que no se dé cuenta de esas señales debe ir corriendo a la red donde probablemente encontrará un blog sobre el tema, pero no siempre hay oportunidad para las jugadas tradicionales. 

Si el muchacho que te gusta vive en otro planeta (su casa o las casas de sus amigos, que no son los tuyos), y no hay casi chance para flirtear, entonces hay que replantearse la estrategia de conquista. Pero a las mujeres nos han enseñado a no ir directo al asunto. “¿Cómo qué enamorar a un hombre?, eso los espanta, niña”, dirían las abuelas, y ante ese mandato hasta una conquistadora puede asustarse.

Tal vez una medida frente la “desaparición física” del chico sea confiar en los astros y esperar que las estrellas se reacomoden y él aparezca en plena calle una tarde de lluvia con un paraguas y te salve de la tormenta. Yo soy una romántica empedernida y creo en todas las jugarretas de eso que llaman destino, pero ya no me alcanza. Será que me estoy poniendo vieja…

Pero cuando el mundo real falla entran en juego las redes sociales para los dichosos y las dichosas que pueden conectarse a menudo. Porque de seguro ese que siempre está perdido del plano físico esta allí, en el ciberespacio, iluminado por una luz verde al lado de su nombre. ¡Esa es la oportunidad! Pero, ¿cómo se hace? He ahí la interrogante que me llevó a consultar mi buscador favorito. Google, que tiene todas las respuestas, me mostró un montón de páginas que explican paso a paso qué hacer en esta situación. Sí, en onda comic, con imágenes y todo, lo cual me devuelve la confianza en mi salud mental y me tranquiliza al mostrarme que no soy la única loca inquieta frente a la duda: ¿Saludar o no saludar? Esa es la cuestión. Porque según las recomendaciones una de las principales normas de este juego es no decir siempre el primer “Hola”.

Por lo que encontré en estas lecturas les puedo adelantar que a los hombres también les atormentan los mismos dilemas, pues algunos de estos blogs aconsejan a los varones no excederse en las estrategias de conquista en la red. Les regalo una perlita para que lleven cuentas:

“Nunca debemos proyectar escasez, miedo o reactividad, y si en alguna ocasión vemos que la falta de interés de la chica está haciendo que la interacción sea tan pobre que parezca no avanzar nunca, debemos amonestarla con autocontrol y sentido del humor.

ej: la chica tarda un minuto en contestar a cada una de nuestras respuestas y además lo hace con monosílabos, le podemos decir:

Él: a qué dirección quieres que te mande al informático?

Ella: qué informático?

Él: el que tiene que repararte el teclado: no me puedo creer que necesites un minuto para teclear cada línea

Ella: jajajajaja, tonto!

Y ya estamos en marcha de nuevo”.

Esa es buena, lo reconozco, pero sucede que a medida que te involucras en las tretas seductoras los límites de lo correcto comienzan a difuminarse y puedes convertirte en lo que se me ha ocurrido llamar “acosadora inofensiva”. Acosadora porque revisas cada publicación del otro en Facebook –aunque no siempre le des Me gusta–, ves todas las fotos que ha publicado y en las que aparece y sabes hasta quiénes son los amigos que más le hacen comentarios. Pero son prácticas inofensivas porque por lo general no suelen pasar de ahí, aunque a veces aprovechas la guía telefónica (un asalto a la privacidad demasiado a la mano) donde aparece la dirección particular del susodicho y hasta el número de carnet de identidad. Es como para asustarse.

Yo me he visto en la necesidad de cerrar el chat para algunas personas e incluso bloquear a otras, y creo que conmigo también han querido hacerlo. Creo que la diferencia la marca la correspondencia de quien esté al otro lado de la luz verde. Porque, claro está, nunca bloqueas a quien te agrada, aunque te asalte al chat desde el momento en se conecte.

¡Oh! Casi me olvidaba del email, pero este también tiene sus peligros. Puede que el correo sea para el consumo familiar y mamá saque en la sobremesa el tema de la “muchachita que está enamorada” del chico de casa.

Lo peor ocurre cuando de pronto, un buen día, aparece ante ti esta persona a quien le has escrito tantas tonterías. Bloqueo absoluto. Ahí no hay miraditas y sonrisitas que valgan, ya ambos saben lo que pasa y tú, muchacha rechazada, te quieres morir y rezas porque él desaparezca de una vez y vuelva a su lugar frente a la pantalla. Tal vez ese es el momento de actuar y ver qué pasa, pero el mundo real da demasiado miedo.

Podría escribir sobre este tema eternamente, pero creo que me he extendido demasiado. Los dejo con esta sopa de dudas. Quiero despedirme con un fragmento de la novela Acoso textual, en la que su autor, Raúl Vallejo, ilustró estas ciberangustias. Aunque los protagonistas de Vallejo eran extraños que ni siquiera regalaban su verdadero nombre, entre ellos las relaciones sentimentales eran muy similares a las que he descrito en este texto. ¡Chao!

“[Otra vez, la máquina anuncia: U got mail! Tiene algunos mensajes acumulados que no ha leído y debe contestar; aquello es una presión pues cualquiera de los seres que habita su cuerpo es un neurótico por mantener al día la correspondencia. Para qué obligar a alguien a esperar si las urgencias de los navegantes son más apremiantes todavía porque su razón conoce la rapidez del medio. Hacer esperar por una respuesta es una grosería en términos de la netiquette. Más que una grosería, es una forma de crueldad posmoderna. Antes, por lo menos, uno podía descargar la ira por la espera en la torpeza del sistema nacional de correos. Con el correo electrónico, en cambio, la demora en la respuesta es una señal clara de que el destinatario del mensaje se toma las cosas con cierta exasperante calma para las sensibilidades del remitente. Lo terrible es que la velocidad con la que todo llega y se va obliga a que el mundo esté con los ojos pegados en la pantalla del monitor y los mensajes se tornan más breves y más urgentes y la espera más apremiante aún.]”

por Lisandra Puentes Valladares

http://www.cubahora.cu/blogs/intimidades/acosadoras-inofensivas

SOBRE EL AUTOR

Lisandra Puentes Valladares

 

 

 

 

 

Periodista, soltera y pinareña

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